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sábado, 13 de diciembre de 2008

Pínguilis, pínguilis


Entra despacito a El Buen Pozo Sediento. La posada es otra cuando está él.
Sus pasos son cortos, ya no tan seguros como antes. La mirada dubitativa, deslumbrada por la claridad de fuera. Pero conoce su sitio de memoria, han sido muchos años junto a la chimenea, muchas noches, muchas historias, muchos cuentos…

¿En qué se distingue la gallina joven de la vieja? –pregunta sonriente. Siempre encuentra con quien parlar. Y si no conmigo, tras la barra.
Pues no tengo ni idea –responde alguien. Se lo he oído contar cien veces, es divertido.
Pues en los dientes –asegura con aplomo.
Venga… ¡que las gallinas no tienen dientes! –le contestan.
¡Pero yo sí! –remata con una divertida risa-. ¡Yo sí que tengo dientes!

Sus manos, deformadas por la artrosis sujetan la cachabilla. Algunos ratos permanece en silencio, frente a las llamas del hogar. Creo que es entonces cuando se remonta años atrás, rememorando su ya larga vida, llena de esfuerzos, de sudores, de penas, de alegrías, de trabajo. La vida le ha ido moldeando con sus caricias y con sus golpes bajos, pero ha conseguido aplacar el carácter recto y serio de antaño. Ahora, con el transcurrir del tiempo, parece mentira, es más comprensivo y menos severo, más alegre y menos serio, más dulce y menos preocupado, más frágil y más sensible.
Cuando no está en la posada parlando, pasa el rato en su desordenado y divertido huertecito, en el que se mezclan matas de calabacín con los tomates y las patatas, los pimientos con la habas, cuidando unas pocas gallinas que ponen un día sí y otro también y unos pocos pollos de los de antes, criados y engordados poco a poco.

Por el gusto y el disgusto, por el gusto de una mujer. Por un abujerito estrecho, meter carne sin cocer.
Pone sonrisa de niño travieso.
¡La alianza! Por un abujerito estrecho… por el anillo. Meter carne sin cocer… el dedo. ¿O qué habías pensado?

En la decadencia de la vida nunca se ha sentido tan deseoso de vivir. Y eso que hace poco que ha colgado la bicicleta. Esa bicicleta rosa, de paseo, con su cesta, esa bicicleta que le subía las ramplas del monte sin desfallecer, dejando atrás a sus nietos y ganando alguna que otra divertida apuesta llegando hasta lo alto del monte.

La bici se va, pero llegan los hijos de los hijos de sus hijos, prolongación de su esforzada vida, y las ilusiones se renuevan, renacen, empujan hacia delante, mes a mes.

¿Cuál es lo que se mete duro y se saca coloradito y escullando?
Se lo ríe. Él sabe lo que todos estamos pensando. Yo sé lo que le gusta contar sus chascarrillos, sus cuentos. Nunca deja uno sin acabar.
¡El pan duro mojado en el vino!
Ya ha descifrado la adivinanza de la vida. Algún día nos lo contará. Si quiere. O tal vez debamos descifrar cada uno la nuestra, ¿quién sabe?
Tiene muy presentes sus orígenes, a sus familiares, a sus amigos. Muchos ya no están. Pero siguen vivos en su memoria, siempre tiene palabras para ellos, palabras que nunca son tristes. Recuerda las canciones que cantaban, o los dichos que siempre tenían en boca, tiempo atrás, en sus años mozos.
No faltará fuego en mi chimenea cada vez que venga a la posada. Ni faltará conversación, eso seguro. Aunque no cambie nunca de repertorio. Ni falta que hace. A los nietos nos gusta dormir siempre con los mismos cuentos.

Estaba dórmilis dórmilis
debajo de pínguilis pínguilis.
Vino lárguilis lárguilis,
cayó pínguilis pínguilis
y despertó a dórmilis dórmilis,
que mató a lárguilis lárguilis.

Hoy cumple años, muchos, muchos años.
Una ronda para todos los clientes de la posada, que paga el abuelo.

3 comentarios:

M. dijo...

Joer, no lo había visto hasta hoy. Me has hecho llorar.

Esteban González García dijo...

;)
¿Y usted cuántos hijos tiene?
Huy, once.
¡Once! ¿Vivos?
No, vivos sólo uno. Los demás trabajan...

(contaba el domingo)

labelens dijo...

¡Ups! Yo también he llorado.
¿serán las hormonas? Ah, no, que eso ya se me ha pasado ;)