Ayer estuve tomando un café en la posada con varios amigos, profesores de secundaria todos (iniciándose en ello), y comentamos batallitas y anécdotas sobre los alumnos.
Estos mozalbetes algún día serán nuestros médicos, nuestros abogados, nuestros panaderos, nuestros cajeros del super... los mismos que no saben colocar los árticos en un globo terráqueo, ni los continentes, y ya no hablemos de países ni de ciudades. Estos mismos mozalbetes que no saben si 1,2 es mayor o menor que 1,15 , que se la sopla cómo se escribe "mañana te veo" porque escriben "mñna tbo", los mismos que no saben resolver una ecuación de primer grado, los que no leen un libro porque mejor se esperan a que salga la peli... los mismos que hacen los trabajos de clase con corta-pega de la wikipedia o webs parecidas... estos mozos y mozas que andan con las hormonas a mil por hora, que juegan a ser mayores antes de tiempo.
Mientras me contaban cosas yo iba pensando para mis adentros: ¿literatura juvenil? ¿cómo hacer para que lean? Porque... un chaval que no lee es un futuro adulto que no lee...
También me contaron un caso muy especial sobre una niña, inmigrante de Bolivia: Rosarito. Rosarito lleva pocos meses en España. Vino con su mamá, que trabaja de lunes a sábado en una gran urbe a trescientos kilómetros del pueblo donde Rosarito vive. Rosarito está en casa del novio de mamá. Él trabaja por la mañana transportando mercancías y por la noche en la mina, transportando el mineral. Tiene un hijito de tres años que cuida Rosarito.
Rosarito prepara la comida para los dos, lava la ropita de los dos, lleva al cole a su hermanito, que no lo es en realidad, lo recoge y cuida de él todo el día.
Rosarito tiene doce años.
¡Pero doce años no son nada! ¡Es una cría! -exclamamos todos.
Rosarito sólo sabe sumar, restar y leer con mucha dificultad, nunca antes ha estado escolarizada.
Hay que enseñar a leer a Rosarito con urgencia, pensé mientras escuchaba boquiabierto.
Rosarito es muy tímida y suele pasar el recreo con el profe de guardia de la biblioteca, sentadita a su lado, menudita, con esos ojos negros pendientes de lo que haga el profesor. Rosarito no sabe jugar, nunca lo ha podido hacer.
Y estos cabroncetes que tiene por compañeros le dan esquinazo, no aguantan sus continuas preguntas ni su necesidad de afecto, de compañía. Rosarito no tiene PSP ni MP3 ni PC ni envía SMS ni escucha a RBD ni está al tanto de lo último en moda, Rosarito no tiene ni puta idea. Rosarito quiere ser niña.
Tal vez el trabajo se deba hacer desde el principio: literatura infantil a tope, que les divierta, les enganche, les lleve donde no puedan llegar por sí solos, les de lo que no tengan... ¡Pero si tienen de todo! Entonces no queda más remedio que inventarse algo: fantasía.
Hoy renuevo mis convicciones: los niños necesitan leer, leer mucho, y fantasía, aventuras. Necesitarán el recuerdo de esa emoción si queremos que lean con las hormonas pinchándoles todo el día.
Que alguien le dé un libro a Rosarito, y tiempo para leerlo, por favor.
Rosarito sólo quiere ser una niña. Pero no lo es, nunca ha podido.
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