Crudo, aún sin pulir y para nada definitivo. No apto para menores ni lectores remilgados. Son dos hombres rudos, acostumbrados a la sangre y las cuchilladas por la espalda, a las esclavas...
Espero que os guste.
Comieron casi sin hablar la hogaza de pan y la habas cocidas que la mujer les había subido. La habitación era pequeña, olía a moho y a cerrado, pero era segura y estaba cerca del tejado, para poder huir en caso de necesidad. No le gustaba sentirse atrapado en una ratonera sin salida.
Herjann fue quien al fin habló, rompiendo el mutismo que le había embargado desde que había despertado.
—Estas gracioso… todo morado. Pareces un primo de los habitantes de la Isla del Miedo. Allí todos tienen la piel negra como el carbón. Pero tienen la nariz aplastada y el pelo tan rizado que parece de coño. Y miden tres cabezas menos que tú…
Valdor hizo una mueca. A él no le parecía nada gracioso el aspecto que tenía. Si se veía obligado a huir, no habría forma de pasar desapercibido con la cara y las manos de ese color.
—No te enfades, hombre… Tisé me ha prometido que traerá cenizas y vinagre para que te laves.
—¿Y después me la chupará también a mi? —respondió Valdor agriamente. Herjann no se inmutó.
—¿No estabas dormido? Haberlo dicho, hombre… Tisé sabe ser muy complaciente con sus amigos generosos. Y yo lo soy.
Valdor no se molestó en responder y volvió a tenderse en el catre.
Parecía que se recuperaba bastante bien. Tendría moratones y los ojos hinchados durante un tiempo, pero no había nada roto. Lo peor, lo más dañado, era el orgullo. Y eso tardaría bastante en sanar. Herjann lo sabía, conocía a los hombres orgullosos como Valdor Crei.
—Ayer murió Talí en el Arena —contó el Aesir, borrando toda sonrisa de su rostro—. Saulé se vio obligado a matarle a espada, en un combate… para diversión de los hombres de Amedisis.
—Al menos murió empuñando su arma. Erusef ha sido generoso —comentó Valdor con los ojos cerrados.
—Era una trampa. Querían cogerme.
El silencio volvió a la pequeña habitación.
—Sé que el viejo intentó que me traicionases… —el rostro de Valdor no se inmutó, pero no podía disimular. Conocía los métodos de Erusef y comprendió el terror que había sentido Valdor al creer que su alma estaba perdida en un abismo sin fin, en manos del Sumo Sacerdote. La noche que le rescató había confesado sus miedos y él le había hecho ver el engaño. El odio que apareció en sus ojos aún asomaba cada vez que mencionaban a Erusef. — Y sé que nada te complacería más que atravesarle el corazón con tu acero.
El explorador volvió a sentarse en el catre.
—Pero llegar hasta él te va a resultar imposible.
—Voy a matar a ese hijoputa —aseguró con voz ronca.
—¿Y a sus soldados?
—A todos… —insistió con los ojos brillantes y los puños apretados—. A todos los que pueda —se corrigió.
—Y después hundirás la muralla y quemarás el templo. Y te pasarás por la piedra a todas las vírgenes de Mesilas… si es que queda alguna.
—No te burles —rugió el explorador levantando la mirada envenenada del suelo.
Herjann mantuvo su mirada y contestó con franqueza, serio.
—No lo hago.
Durante un instante Valdor parecía a punto de saltar, pero se contuvo y finalmente volvió a tumbarse, resoplando su mal humor por sus labios violetas.
—Para hacer eso que quieres necesitarás a todo tu ejército.
—Váyase a la mierda, mi Kan —contestó Valdor desde el catre—. Ni soy un gran señor ni tengo vasallos. Ni siquiera soy un soldado. Sabes de sobra que no tengo ejército alguno.
—Pero yo sí —replico de inmediato Herjan. Había llegado al punto que quería. Un hombre movido por el odio visceral era un cadáver asegurado. Él necesitaba hombres valientes, no temerarios o desesperados, ciegos por la ira. —Yo tengo un gran ejército, lo has visto.
Valdor giró la cabeza, atento a las palabras de su Kan.
—Te ofrezco todo lo que deseas. Venganza, Erusef degollado, Mesilas ardiendo hasta los cimientos, los Vengadores arrasados… el botín del vencedor, incluidas las mujeres. —Para entonces Valdor había vuelto a sentarse. —Pero no ahora. El odio reciente no es buen consejero.
El explorador asintió. Si ponía un pie en la ciudad era hombre muerto.
—Sírveme fiel, como hasta ahora, y tendrás lo que deseas.
—¿Qué deseas que haga, mi Kan? —En esa ocasión no hubo tonillo burlón al nombrar el título de su señor.
—Tu Kan te ordena que abandones Mesilas, ya no estás a salvo. Ve a buscar mi ejército. Les llevarás órdenes mías.
—Pero, mi Kan… —protestó Valdor—. Eralhalla está a meses de viaje desde aquí… Y atravesar el desierto yo solo…
Herjann sonrió.
—No sería la primera vez que te adentras en el desierto tú solo… —el Aesir sonrió levemente al recordar cómo habían encontrado al explorador, hace años, medio muerto y deshidratado, intentando cruzar a pie el desierto de Vigrid. —El ejército Einherjar está en los campamentos de occidente. Di la orden hace ya mucho tiempo, antes de que viniéramos a Mesilas.
Valdor arqueó las cejas sorprendido por la noticia.
—En menos de dos semanas llegarás hasta ellos. Yo te sacaré de aquí. Conseguiremos un caballo. La próxima vez que vuelvas a Mesilas será empuñando una espada.
Herjann fue quien al fin habló, rompiendo el mutismo que le había embargado desde que había despertado.
—Estas gracioso… todo morado. Pareces un primo de los habitantes de la Isla del Miedo. Allí todos tienen la piel negra como el carbón. Pero tienen la nariz aplastada y el pelo tan rizado que parece de coño. Y miden tres cabezas menos que tú…
Valdor hizo una mueca. A él no le parecía nada gracioso el aspecto que tenía. Si se veía obligado a huir, no habría forma de pasar desapercibido con la cara y las manos de ese color.
—No te enfades, hombre… Tisé me ha prometido que traerá cenizas y vinagre para que te laves.
—¿Y después me la chupará también a mi? —respondió Valdor agriamente. Herjann no se inmutó.
—¿No estabas dormido? Haberlo dicho, hombre… Tisé sabe ser muy complaciente con sus amigos generosos. Y yo lo soy.
Valdor no se molestó en responder y volvió a tenderse en el catre.
Parecía que se recuperaba bastante bien. Tendría moratones y los ojos hinchados durante un tiempo, pero no había nada roto. Lo peor, lo más dañado, era el orgullo. Y eso tardaría bastante en sanar. Herjann lo sabía, conocía a los hombres orgullosos como Valdor Crei.
—Ayer murió Talí en el Arena —contó el Aesir, borrando toda sonrisa de su rostro—. Saulé se vio obligado a matarle a espada, en un combate… para diversión de los hombres de Amedisis.
—Al menos murió empuñando su arma. Erusef ha sido generoso —comentó Valdor con los ojos cerrados.
—Era una trampa. Querían cogerme.
El silencio volvió a la pequeña habitación.
—Sé que el viejo intentó que me traicionases… —el rostro de Valdor no se inmutó, pero no podía disimular. Conocía los métodos de Erusef y comprendió el terror que había sentido Valdor al creer que su alma estaba perdida en un abismo sin fin, en manos del Sumo Sacerdote. La noche que le rescató había confesado sus miedos y él le había hecho ver el engaño. El odio que apareció en sus ojos aún asomaba cada vez que mencionaban a Erusef. — Y sé que nada te complacería más que atravesarle el corazón con tu acero.
El explorador volvió a sentarse en el catre.
—Pero llegar hasta él te va a resultar imposible.
—Voy a matar a ese hijoputa —aseguró con voz ronca.
—¿Y a sus soldados?
—A todos… —insistió con los ojos brillantes y los puños apretados—. A todos los que pueda —se corrigió.
—Y después hundirás la muralla y quemarás el templo. Y te pasarás por la piedra a todas las vírgenes de Mesilas… si es que queda alguna.
—No te burles —rugió el explorador levantando la mirada envenenada del suelo.
Herjann mantuvo su mirada y contestó con franqueza, serio.
—No lo hago.
Durante un instante Valdor parecía a punto de saltar, pero se contuvo y finalmente volvió a tumbarse, resoplando su mal humor por sus labios violetas.
—Para hacer eso que quieres necesitarás a todo tu ejército.
—Váyase a la mierda, mi Kan —contestó Valdor desde el catre—. Ni soy un gran señor ni tengo vasallos. Ni siquiera soy un soldado. Sabes de sobra que no tengo ejército alguno.
—Pero yo sí —replico de inmediato Herjan. Había llegado al punto que quería. Un hombre movido por el odio visceral era un cadáver asegurado. Él necesitaba hombres valientes, no temerarios o desesperados, ciegos por la ira. —Yo tengo un gran ejército, lo has visto.
Valdor giró la cabeza, atento a las palabras de su Kan.
—Te ofrezco todo lo que deseas. Venganza, Erusef degollado, Mesilas ardiendo hasta los cimientos, los Vengadores arrasados… el botín del vencedor, incluidas las mujeres. —Para entonces Valdor había vuelto a sentarse. —Pero no ahora. El odio reciente no es buen consejero.
El explorador asintió. Si ponía un pie en la ciudad era hombre muerto.
—Sírveme fiel, como hasta ahora, y tendrás lo que deseas.
—¿Qué deseas que haga, mi Kan? —En esa ocasión no hubo tonillo burlón al nombrar el título de su señor.
—Tu Kan te ordena que abandones Mesilas, ya no estás a salvo. Ve a buscar mi ejército. Les llevarás órdenes mías.
—Pero, mi Kan… —protestó Valdor—. Eralhalla está a meses de viaje desde aquí… Y atravesar el desierto yo solo…
Herjann sonrió.
—No sería la primera vez que te adentras en el desierto tú solo… —el Aesir sonrió levemente al recordar cómo habían encontrado al explorador, hace años, medio muerto y deshidratado, intentando cruzar a pie el desierto de Vigrid. —El ejército Einherjar está en los campamentos de occidente. Di la orden hace ya mucho tiempo, antes de que viniéramos a Mesilas.
Valdor arqueó las cejas sorprendido por la noticia.
—En menos de dos semanas llegarás hasta ellos. Yo te sacaré de aquí. Conseguiremos un caballo. La próxima vez que vuelvas a Mesilas será empuñando una espada.
5 comentarios:
Este diálogo (tenso e intenso, de emociones y odios contenidos) me ha dado sensaciones muy buenas. La historia se trae buena pinta.
Un saludo!
Hola! Siempre me gusto la idea, de encrudecer lo Épico y esto va por donde a mi me gusta... Creo que si describieras menos y dieras menos cantidad de datos concentrados, ganaría la fuerza que se merece el dialogo y quedaría mucho mejor logrado el clima... Claro esta que es solo una opinión más. Espero que continúes adelantando un poco más de tu trabajo!!! Es muy generoso de tu parte!!!
Hola, Susana. Gracias por pasarte.
Esto ya no tiene tanto azucar ¿eh?
La introducción aquella era la excepción. :)
Narrador, gracias por leerme.
En cuanto pueda me pasaré por tu blog, tiene buena pinta. ;)
Pinta bien... pero tan poquito :/
¿Para cuando más?
¿Más?
Anziozo ;)
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