Tarde soleada, tarde de paseo y juegos en el parque. Supermán volando alrededor de toda la plaza, a toda velocidad. Solicito ayuda y relevo en la misión de escolta, llevo la lengua afuera...
En un momento dado me siento en un escalón, con Pancho (mi perrillo) sujeto con la correa, a mi lado, obediente (increíble entre tanto griterío y corretear de niños).
Dos niñas de unos siete u ocho años están allí mismo, jugando a sus juegos.
-No le sueltes que me da miedo -me dice una de ellas.
-No te preocupes, maja, que está atado y no lo voy a soltar -respondo.
-¿Es tu papá o algo? -le pregunta la otra niña.
-No... mi papá vive en Madrid. Y mi mamá en Valladolid.
Silencio entre ellas.
-¿Estan separados?
-Sí -asiente la primera. La otra mira incrédula. - Sí -insiste ella.
Después se alejan un poco y siguen jugando, a sus juegos de niño.
¿Qué pasará por su cabecita en situaciones familiares como esa?
¿Realmente lo entienden y aceptan?
¿Por qué tienen que pagar ellos los errores de otros?
Los niños son tan frágiles... ¡y tan fuertes!
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